La importancia del criterio



Decía José Martí, poeta y filósofo cubano, que «la crítica es el ejercicio del criterio: destruye los ídolos falsos, pero conserva en todo su fulgor a los dioses verdaderos». Acertadas palabras que, tristemente, se han quedado sin validez. El crítico actual se divide en dos ramas bien diferenciadas, el primero que se vanagloria de su sapiencia y cree que la literatura universal solo cuenta con muy pocos libros, que se mira el ombligo y se exalta con los poemas más retorcidos, con las creaciones más rocambolescas, con las ideas más enrevesadas y los autores más malditos... siempre pasados, como si la literatura actual solo pudiera valorarse a posteriori; el segundo, por su parte, es el adorador sin reserva, el fan acérrimo cuya lectura, lejos de basarse en un estudio, se traza a través de la compulsión y el qué dirá la mayoría, insultando a todo aquel que ose pensar de una manera contraria a la estipulada por él y otros muchos como él. Ni uno ni otro ejercen su crítica con rigor, pues su labor se ve siempre impedida por su menosprecio, por su equívoca idea de encontrarse por encima de una media a la que, aunque se engañen, pertenecen.
La literatura debe ser valorada como lo que es, sin más, y su estudio debe ser referido siempre desde una posición neutral que nos ayude a entender la obra. Ojo. Estamos hablando de la crítica, no de los gustos de cada uno, aunque sé que son muchos los que los confunden. Un libro, por poco que nos guste, no deja de ser literatura, al igual que una piedra, aunque nos recuerde en sus formas a una jirafa, no dejará de serlo, ni abandonará su esencia pétra en favor de ese animal. Luego, si queremos, podemos diferenciar entre lo que es —o mejor dicho, lo que consideramos— buena o mala literatura, pero siempre desde una perspectiva humilde, que comprenda que nuestros gustos, los gustos de «fulanito» o los de «minganito», carecen de valor al estudiar de forma crítica un libro. No han sido pocas veces las que he escuchado el consabido «este libro es una mierda, no es literatura», casi siempre referido al best-seller de turno. He de decir que no suelo ser muy amante de ese tipo de obra, pero también sé que he leído muchas, y muy pocas, con contadas excepciones, me han defraudado como vehículo de entretenimiento; que hasta donde yo sé, sigue siendo la función primordial del libro. (Los puristas ahora dirán, y lo digo como si los estuviese oyendo, que los libros deben ayudarnos a pensar, que deben hacer más rica nuestra vida interior, nuestro pensamiento, que deben brindarnos cultura... A lo que yo les respondería, sin ningún tipo de pudor: «¿Qué impedimento existe entre el entretenimiento y el aprender?, ¿o entre el entretenimiento y la cultura?». No hay ninguna barrera, ninguna muralla que separe dichos términos, aunque algunos quieran inculcarnos lo contrario a base de repetir una cantinela que hace tiempo dejó de tener sentido real).
Pero volviendo a la frase de Martí. Según el poeta, la crítica con criterio destruye los falsos ídolo; pero si queda patente la falta de criterio en las personas dedicadas a ella, ¿qué nos queda? Los más pesimistas dirán que las tornas cambiarían, que son los falsos ídolos los que se alzan mientras que los demás son relegados al olvido; muchos, menos pesimistas, pensamos así, aunque en realidad, hay obras que por mucho que cambie el paradigma, por baja, vacía e insulsa que sea la crítica que los desprecia, se mantienen indemnes, ajenos a ese mar tempestuoso que estalla a su alrededor. No, los clásicos, la «buena literatura» (como la llamaba Nabokov), no se ve influenciada por esos cambios; a la que en realidad afecta es a la «literatura blanca», esa que no ha tenido aún la oportunidad de surgir, que adolece en carpetas polvorientas o en estantes decrépitos de los que no llegará a escindirse. La crítica, la mala crítica, no daña a la literatura pasada, sino a la futura, esa que aún no ha aparecido, obligada por una mayoría, regida por juicios de valor comprados, a dejar de existir en favor de otras obras de menor calidad —aunque no por ello menos literarias— o simples compendios de copy & paste.
Al enfrentarnos a un libro, sea el que sea, hay que saber diferenciar entre nuestros gustos y la calidad de dicha obra, del mismo modo que debemos dejar de lado nuestro interés personal en que tal o cual editorial, o tal o cual autor, nos aprecie. Debemos, como decía Martí, actuar con criterio, y, por encima de todo, sin hipocresía; después de todo, y citando al ya mencionado escritor: «la palabra no está para encubrir la verdad, sino para decirla». 


2 comentarios:

  1. Con acierto este artículo expone una verdad que nos persigue: el criterio literario o la falta de él. Sus enemigos mortales, el buenismo o el malismo, dos estremos absolutamente destructivos para la verdad literaria, y para tantas auténticas voces que la utilizan en su narrativa.

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    1. Muchas gracias por el comentario, Úna. La crítica ha tomado un camino destructivo que muchas veces estrangula obras y autores por igual. Una triste realidad que espero que se solucione pronto.

      Es.Im.

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